domingo, 9 de enero de 2011

No importa el tiempo, sólo el camino. (Parte 1)

Algo se activa en mi mente. Abro los ojos. Los músculos se llenan de sangre, cogiendo el tono necesario para iniciar el movimiento. De un salto salgo de mi saco y me apresuro a vestirme. El frio intenta hacerse conmigo, pero mis ganas de iniciar la jornada lo apartan de mi camino. La camiseta térmica se ajusta a mi pecho y espalda. Los calcetines se adhieren al pie y me siento cómodo. El pantalón de Gore lo abrocho a la cintura  y rápidamente voy a por la chaqueta cortaviento. Esta prenda es la que más me gusta, ofreciendo comodidad y protección frente al frio. Me calzo las botas y ato los cordones. Pongo el saco en su funda y preparo la mochila, pero queda lo mejor...el desayuno. Una barrita energética, un poco de chocolate disuelto en mi taza de leche y medio bocadillo con pan de cereales. Todo esto acompañado por la increible vista que se observa desde lo alto de la colina en la que me encuentro.



También ante mi está ella. Alta, imponente, desafiante, con un vestido blanco hasta su cintura y con el intenso frio de la mañana como aliado. Estoy sentado mirándola, los dos frente a frente. No necesitamos decir ninguna palabra. Tan sólo con mirarla me alienta a ir en su busca y me incita a conquistarla. Se que no me lo pondrá nada fácil. No tengo más que fijarme en la rapidez con la que una nube desciende por la ladera.

El desayuno y mis pensamientos llegan a su fin. Guardo mi taza y los envoltorios. Me pongo de pie. Mi mochila en la espalda es el preludio de que estoy listo. No puedo moverme de aqui sin verla de nuevo. Ahí está. Un último mensaje nos intercambiamos. Con mi mirada solo puedo decirle: Te alcanzaré, contra el viento y el frio, contra el cansancio y la fatiga, contra los calambres y la sed, si tu lo deseas... ¡te conquistaré!

¡¡En Marcha!! Primero un paso, luego el segundo. Las botas comienzan el camino dejando las primeras huellas en la tierra. Me dirijo colina abajo por el sendero. Un sendero que me llevará hasta la llanura que me separa de mi objetivo. El descenso se hace ameno. Mientras camino observo el paisaje. Las primeras luces del día ya han llegado para quedarse e iluminan tímidamente el entorno. Prácticamente solo oigo mis pasos y el sonido de la brisa montañera. El frio y la ausencia de vegetación entre las rocas hace que el olfato parezca dormido. No obstante, cuando llegue a la llanura, las solitarias retamas me acompañarán con su característico olor seco y rancio, pues en invierno carecen de flores.




Despues de dos horas, ya he recorrido la mitad de la extensa llanura. El paisaje volcánico se vuelve cada vez más duro e inhóspito. Pero mi energía apenas se consume. Estoy próximo a la ladera de la montaña y estoy animado. Cada vez que la miro me siento afortunado de estar aquí, de poder admirar su impresionante silueta, pero sobre todo por esa sensación de desafiante aventura que supone el ascenso, de medir mi resistencia y como no, el premio final, conquistar la cima.

Una hora de camino me situa en la falda de la montaña. Atrás quedó la colina, la llanura y parte de la ladera por la que he subido hasta este punto.Aprovecho para descansar y tomar algó de alimento, pues la parte más dificil llega ahora. Aunque no estoy cansado se que debo adoptar un paso firme y seguro, lento pero constante. Quizás podía haber llegado hasta aquí en menos tiempo pero ¿que prisa tengo? Ninguna. Con cada paso andado me llevo conmigo cientos de imagenes. Es algo así como ir haciendo una fotografía con cada pestañeo. En algunos momento esas fotos han ido acompañadas de pensamientos sobre el paisaje, recuerdos de buenos momentos, de anecdotas simpáticas, de gente que he conocido, de mi situación personal... El tiempo no importa, el camino lo es todo.

Aqui estoy. Miro hacia arriba. El silencio se apodera del ambiente. Tan solo la brisa se atreve a romperlo por momentos. De nuevo la mochila en la espalda, me pongo el pasamontañas y los guantes. Tardaré en llegar a la cota de nieve y el frío será más intenso mientras vaya ganando altura. También tengo en el lateral de la mochila los crampones, puesto que la nieve y el hielo son dos aliados que dificultan el paso. Es el momento de iniciar la marcha.

El sendero aumenta los grados de inclinación de la ruta. El paso y la respiración se coordinan despues de unos minutos, haciendo que el ritmo se vuelva constante. Las piernas comienzan a notar el esfuerzo necesario para desplazar mi peso, el de la ropa y el de la mochila. La espalda y los hombros aun no molestan. Mientras camino, el frio va congelando la cavidad nasal y pronto será necesario un pañuelo. ¡¡Pañuelo!! Tan solo pensarlo me pone nervioso.Yo los metí en la mochila pero... ¿en que parte? Tragarme los mocos no es una opción, pero intentar encontrar los pañuelos sería como buscar un premio en las tapas de los refrescos. Así que optaré por un término medio, unas ramas secas (no me pidas que lo explique, mejor usa tu imaginación).



Mientras realizo el ascenso envuelto en mis pensamientos, apenas me he dado cuenta de que ya estoy en zona de nieve. Hace unos minutos que aparecieron las primeras señales de la nevada, que hace dos noches tiñó de blanco esta cota. El suelo se ha vuelto blanco y poco a poco las botas se van enterrando dejando huellas en la nieve. La nieve es blanda y de momento no se hace necesario utilizar los crampones. Debo estar en torno a unos 2800 metros y el frío es intenso. El viento se hace fuerte por momentos y está nublado. Debo avanzar un poco más e intentar buscar refugio por si las condiciones empeoran.

Despues de un rato más de camino veo dos rocas grandes separadas entre sí. Me acerco, me quito la mochila y agarro una piedra que está en el suelo, a mi lado. Me propongo golpear la nieve que está en la parte superior de las rocas y observo que está dura y es consistente. Primero con los guantes y luego con la ayuda de la tapa de la cocinilla, comienzo a excavar en la nieve que separa las dos rocas, consiguiendo hacer así un pequeño refugio donde quepamos la mochila y yo. Cuando acabo me dispongo a acomodarme como pueda. Miro el reloj y me percato de que la tarde avanza y en unas horas esta ladera de la montaña estará a oscuras. Sería conveniente aprovechar las horas de luz que aun quedan para avanzar y tener tiempo de prepararme para la noche. Pero no hay prisa. El cansancio y la necesidad de consumir alimento son ahora la prioridad. Supongo que la noche será dura y he de prepararme. Aqui no hay espacio para montar la tienda, asi que he de improvisar con ella la forma de pasar la noche entre estas dos rocas. Estas son tan grandes que me permitirán resguardarme de alguna  posible avalancha. Despues de un duro trabajo, consigo que casi la mitad de la caseta quede en medio de las enormes rocas. Preparo el interior de la tienda con lo necesario para pasar la noche. Para mi tranquilidad, decido revisar los anclajes de la tienda para evitar que el viento pueda soltarlos. Creo que todo está en condiciones y entro en la tienda.

Aun no ha anochecido, pero pronto lo hará. Pasaré la noche aquí y mañana temprano iniciaré la marcha. Fuera la tarde se oscurece. El frio se hace más intenso y el viento arrecia. El interior de la tienda transmite una sensación insegura, ya que las membranas son sacudidas por el viento. Por momentos parece como si se fueran a romper. El plan está bastante claro. La cena y el descanso son las actividades que puedo llevar a cabo. Es la hora de la cena la que me transmite más sensación de soledad, pero es tambien la que me permite sentirme más capaz, mas fuerte, más sólido y sobre todo independiente. La indepencencia es buena, pero puede costar cara. Aislarse es algo necesario en determinados momentos, pero tambien lo es estar acompañado por la gente que comparte esta afición por las montañas y el deporte. Hoy estoy solo, mañana quizás no.