jueves, 2 de junio de 2016

A un Sueño de Distancia

No era una tarde cualquiera. El Sol y yo sabíamos que el reloj iba a hacer de las suyas retrasando un evento que trascendía lo habitual, lo cotidiano y lo normal para un viernes que poco a poco tenía las horas contadas. De eso se encargaban los minutos y los segundos, en conjunción con los decadentes rayos del Sol, que de forma constante me decía que se marchaba. Lo notaba en las paredes de aquella vieja estación de guaguas, que antaño lucieron brillantes cuando las brochas y los rodillos de los pintores se deslizaron por la fachada, pero que con el paso del tiempo habían perdido su color, y por ello la capacidad de retener en su extensión la intensa luz del astro diurno, que le daba un aspecto triste y amarillento.

Mi coche permanecía inactivo en medio del aparcamiento, pero no por ello dejaba de estar perfectamente preparado para iniciar un arranque y desplazamiento durante esa tarde noche, algo de lo que me había encargado personalmente. Incluso dentro del habitáculo, el orden y la limpieza imperaban con la misma pulcritud que la del propio Palacio de Qin Shi Huang, quien decretó apartar de su presencia todos aquellos objetos, muebles y enseres que pudiera utilizar cualquier hábil guerrero para asesinarlo, pero que en mi caso tenía un sentido mucho más sensato, cordial y si se quiere romántico, puesto que quería tener la absoluta garantía de que la comodidad y bienestar de mi invitada, alcanzaran cotas tan altas como las de la Estancia Principal del famoso Palacio de Xianyang.

El suelo del aparcamiento era de asfalto. A pesar de que siempre me ha gustado estar en contacto con la tierra, agradecí que ese lugar en concreto fuera de ese material oscuro y contundente, porque di tantos pasos en un metro cuadrado, que si hubiera sido de tierra alguien habría pensado que una manada de búfalos cruzó la ciudad por ese pequeño espacio. A pesar de mis pasos, nada hacía indicar que estuviera nervioso, porque de vez en cuando y de forma tranquila me apoyaba en la puerta del coche, como aquel que espera el taxi o el metro, pero en el fondo sólo era una apariencia. En mis adentros el mundo era distinto.

Una canción sonaba dentro de mi. Comencé a escuchar los acordes de un piano, algo que me hacía pensar en nuestras conversaciones a través de la aplicación del móvil. Una guitarra se sumó a la composición, como esas conversaciones, que si bien un día fueron pausadas y terminaron por desaparecer, luego se renovaron con un mensaje a muchos kilómetros de distancia y fueron formando una corriente intensa tras casi una semana y media de locura, en la que las horas nocturnas volaban a la velocidad de una estrella fugaz, pero sin embargo los días transcurrían tan lentos como una estación del año. Aquellos mensajes dejaron un rastro amable, sincero y cargado de ilusión, por un encuentro que por fin esa noche se iba a producir. 

Mientras la música interior fluía, un coche de color azul hizo su aparición en escena. En pocos segundo mi mente desconectó por completo del mundo y mis sentidos abandonaron sus funciones principales, a excepción de mis ojos, que raudos y veloces proyectaron la mirada hacia el interior del misterioso vehículo que se detuvo al lado del mio. Alcé mi mano en un gesto cordial para saludarla, no fuera a pasar de largo y confundirse con otro humano, algo que nunca me perdonaría. A través de la ventana pude diferenciar un rostro que se me antojaba muy conocido. Así que avancé un par de pasos hasta la puerta del coche, la abrí y tras ver en su rostro ese elemento tan diferenciador y exclusivo en ella, le indiqué que tenia una plaza de aparcamiento libre, justo a la derecha de donde nos encontrábamos.

En el trayecto que realicé desde ese punto hasta donde ella aparcó, se produjo un tumulto de voces en mi interior, parecido al del patio de un colegio en el que los críos juegan, chillan, saltan y se divierten con soltura y libertad. Con un escueto y firme "¡¡silencio!!", logré acabar con el alboroto de los sentidos y todos regresaron a sus puestos, al tiempo que pude recomponerme para recibir a quien esa noche iba a ser el centro del universo.

Del coche azul descendió una mujer. Lo primero que hice fue acercarme y prestarme voluntario para recoger su abrigo, pues además de este llevaba un bolso. Cerramos la puerta de su coche y nos dirigimos al mio. Intenté abrir la puerta pero, caí en la cuenta de que para eso primero debía apretar ese botón "mágico" que permitiera desbloquear los seguros, algo que hice en el acto, al tiempo que pensé:" Chaval..céntrate", y solté una leve risita interior por tal despiste. Lo que pasó a continuación me dejó sin palabras.

Abrí la puerta de mi coche y ella pasó a mi lado. Un aroma sutil como la primavera llegó hasta mi. Su pelo negro y largo, caía por su hombro derecho, con prestancia, sinuoso y con ese brillo que ya quisiera alcanzar una estrella. Me fijé en sus ojos, que estaban puestos en el asiento al que iba a acceder, y también en sus labios, que fugazmente se alejaban de mi vista. Tenía un vestido de pequeñas florecillas poco perceptibles, en tonos rojos, marrones y negros, con cierta tendencia clásica, pero de corte moderno. También llevaba una rebeca de color negro, que además de conjuntar muy bien, resultó sin duda una apuesta muy acertada para la ocasión, que produjo la dilatación de mis pupilas. Una vez sentada, observé el movimiento lento de sus piernas, envueltas en unas finas medias, hasta el interior del coche. Lo hizo con tal elegancia y feminidad, que sus piernas me parecieron las alas de una majestuosa mariposa, cuya delicadeza me dejó perplejo y ligeramente hipnotizado. Sus zapatos de tacón ponían el broche y el toque de distinción a un conjunto de cualidades, que ni en el mejor de mis sueños podría haber imaginado jamás. El sentido del tacto que me tenía agarrando la puerta me hizo despertar y darme cuenta de que era el momento de cerrarla. Entonces, al mismo tiempo que inicié esa operación, la miré y vi en ella ese elemento tan diferenciador y exclusivo, ese que a todo hombre le gusta ver en una mujer, ese que nos atrapa y, aunque nunca lo digamos, nos vuelve vulnerables y sensibles...su encantadora sonrisa.

Cerré la puerta del coche y de camino hasta mi puesto de conducción se ralentizó el tiempo y el espacio. Fueron apenas cinco segundos, pero para mi fue tiempo más que suficiente, para darme cuenta de que cuando entrara al coche, estaría muy cerca de ella, estaríamos los dos juntos en un mismo espacio...a un Sueño de Distancia.


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